miércoles, 28 de julio de 2010

OPINION SOBRE LA DICOTOMIA DEL INTENDENTE


OPINION
Cuando era un chico de primaria y tenía dudas sobre el significado de alguna palabra nueva en mi vocabulario (supongamos, al momento de completar una tarea de Lengua), acudía a mi padre y le consultaba: “Papá, ¿qué significa tal o cuál cosa?”. Mi viejo nunca me respondía; o mejor dicho, siempre me daba la misma respuesta: “Andá al mataburros”. Se refería al diccionario, pero le gustaba mucho decir mataburros. Entonces yo abría esos volúmenes enormes que conservaba en la biblioteca y buscaba el significado de la palabra en cuestión.
Hoy, y ya han pasado varios años de estudio y trabajo con la lengua castellana, me propuse volver al diccionario aun conociendo el significado y la adecuación de las palabras “transparente” y “ejecutivo”. La disyuntiva se produce porque el jueves por la noche, en un acontecimiento histórico para la gestión Sestopal, la visita del intendente al Concejo Deliberante por primera vez en siete años ha dejado esta pelota rebotando en el área chica. “No nos interesa ser transparentes en tanto y en cuanto seamos ejecutivos”, se escucha todavía resonando en el recinto; “nosotros nos ocupamos de ejecutar… en cuanto a lo que se considera transparente o turbio, es una cuestión de interpretación…”.
Pero antes de acudir a la definición me permito pensar en una situación hipotética, un ejercicio mental que, además de provocarnos la tan necesaria gimnasia de las neuronas, nos ayuda a comprender mejor la circunstancia desde un criterio semejante pero desde otro punto de vista. Supongamos que tengo la posibilidad de contar con una empleada doméstica en casa o un empleado en mi negocio (y esto ha sido después de muchos años de trabajo duro). Mi empleada en casa es maravillosa: diligente, simpática, eficiente, muy amena…; mi empleado en el negocio es atento, buen vendedor, respetuoso y cordial con los clientes… pero ocurre que todos los días faltan diez pesos del cajón del armario del comedor o de la caja registradora; pasa el tiempo y sigue faltando dinero y las sospechas se van agudizando; al cabo de varios años, amenazo con despedirlos si sigo encontrando esos faltantes… y entonces en vez de diez pesos por día faltan cincuenta. Con el agravante de que mi empleada no era tan maravillosa como yo pensaba: limpia lo que quiere, lleva tarde a los chicos al colegio, tira a la basura cosas importantes sin consultar con nadie… y mi empleado trata mal a los clientes, promete hacer pedidos de mercadería que nunca efectúa, me trata con desprecio y no sólo evita consultarme sino que también me refriega en la cara la gratitud que debo tener para con él, lo mal que se desempeñaban mis empleados antes de su llegada y la creencia de que su modo de conducirse, unilateral y desoyendo las órdenes y sugerencias de quien lo contrató, es el correcto.
Creo que el punto está claro.
Muchas veces en este programa se ha hecho mención al código de la ética en la función pública, aquel documento rector de las administraciones estatales a distintos niveles que siempre parece haber sido compuesto para Dinamarca, Nueva Zelandia o Canadá y nunca para la Argentina, cuyos principios son: probidad, prudencia, justicia, templanza, idoneidad, responsabilidad, aptitud, capacitación, legalidad, evaluación, veracidad, discreción, transparencia, declaración jurada patrimonial y financiera, obediencia, independencia de criterio, equidad, igualdad de trato, ejercicio adecuado del cargo, uso adecuado de los bienes del estado, uso adecuado del tiempo de trabajo, colaboración, uso de información, obligación de denunciar, dignidad y decoro, honor, tolerancia y equilibrio. El argumento esgrimido por el intendente para justificar su desprecio por la transparencia es la ejecutividad. O expresado en otras palabras: no tenemos la intención de que ustedes sepan qué hacemos, por qué hacemos lo que hacemos, cómo hacemos lo que hacemos, con qué recursos lo hacemos, etcétera. Y aquí la cruda verdad: un gobierno que se jacta de su ejecutividad, en siete años ha realizado un promedio generoso de dos obras por año (sí, claro, la Avenida Edén, la Plaza, el foyer del Auditorio, la tan accidentada obra de gas, asfalto en pocas cuadras, alumbrado en otras pocas…), la gran mayoría con dineros que no fueron recaudados por la municipalidad y en épocas pre-electorales.
Entonces volvemos a la disyuntiva inicial: transparencia versus ejecutividad. Hoy mi mataburros es nada menos que la autoridad máxima de nuestra lengua, accesible desde www.rae.es, es decir, la Real Academia Española.
Transparente:
1. Dicho de un cuerpo: A través del cual pueden verse los objetos claramente.
2. Dicho de un cuerpo: translúcido.
3. Que se deja adivinar o vislumbrar sin declararse o manifestarse.
4. Claro, evidente, que se comprende sin duda ni ambigüedad.
Ejecutivo:
1. Que no da espera ni permite que se difiera la ejecución.
2. Que ejecuta o hace algo.
Y en este país de las dicotomías reduccionistas, de los planteos al todo por el todo, de la confrontación como deporte o la tibieza inútil como árbitro, nos atrevemos a afirmar con absoluta convicción de que ser transparente y ser ejecutivo no necesariamente excluye uno al otro, sino que se complementan. Se puede hacer y mostrar lo que se hace, se puede hacer mucho y ser responsable, se puede ser ejecutivo y hacer partícipes de los actos de gobierno a los vecinos, pues las obras son para ellos, no a pesar de ellos. Que un intendente no acepte la imperiosa necesidad de transparencia y lo considere diferencia de criterios de gobernar, automáticamente deshonra el cargo para el que fue electo. O a lo mejor, en vez del código de ética le regalaron un manual para aprender a mentir.

Marcos Funes Peralta